Thursday, March 22, 2007

La felicidad y la consciencia


Hay gente que no sabe por dónde anda, como estos dos orientales que vuelvo a encontrarme, esta vez en Toro, Torero y Afición.
Ahí están, acaramelados en el callejón del encierro de Pamplona, tan contentos. No saben que pisan el mismo medio metro cuadrado donde casi le quitan la vida a Fermín Goñi, el albero regado que ha despedido a tantas almas, al lado de amiguetes como el mulillero Juan Pedro Lekuona, con su camiseta roja de pelota mano y los pantalones remangados por las rodillas.
Los orientales con los pitones en la espalda no son sino la imagen de la felicidad insípida que vive el humano en su día a día más 'casual'.
Con la que está cayendo en el mundo, la que ha caído y la que se les viene encima, la dolce vita no es sino un espejismo propio del que no sabe, y si sabe, se olvida. Quizás el sistema operativo del cerebro esté programado para no sucumbir al horror en que está inmerso. Ignorando u olvidando. Poco importa.
Otra postura vital –también visible en la imagen– es la que se pone en práctica en San Fermín, como analgésico de lo que nos ha tocado vivir. En Pamplona, por julio, el humano sabe que se vive, y también que se muere. Por eso juega a no morir cada mañana, aceptando plena y voluntariamente que se acercará tanto a la muerte que, en tres minutos, podrían estar pidiendo la vez en la cola de San Pedro.
En esas ocho mañanas de julio se trata, justamente, de recordar que vivimos y morimos a cada momento. La técnica consiste en acercarse y escapar en el último momento de la cornada, del cráneo partido, de la UVI, del tanatorio, y saber un instante después que no se está en el grupo de los de la ambulancia y los guantes de látex, sino en la cara soleada de los desayunos, los abrazos, las jotas y el chocolate con churros. Eso, y no las cámaras o las palmaditas en la espalda es lo que justifica un encierro, además de un no se qué particular con el Santo.
No hay como acercarse conscientemente al toro –que es esa muerte diaria que nos persigue yno nos da tregua– como para apreciar el comer, el beber, amar, abrazarse, cantar, bailar, reír, llorar, aplaudir –que es la vida–. Y no se trata de un mal de la sociedad podrida de hoy en día, sino una necesidad inherente al humano. Luis Landero recuerda cómo, según Herodoto, "en los grandes banquetes no sé si egipcios o babilonios, cuando decaían los ánimos sacaban una momia y la paseaban entre los comensales, para advertir así de la brevedad de la vida y de la urgencia de no dejar escapar en balde un solo instante".
Así, a sabiendas de lo que hay, sí se es feliz. Los japoneses, con los ojos vendados a la desdicha, sólo se entretienen, y su trote cochinero es el propio de una vida muelle. En las astas, fuerte, preciso, serio, héroe, irracional pero consciente, Juan Pedro no trota: corre. ¿Porqué? Porque le da la gana.

4 comments:

Anonymous said...

Muy emocionante, corredor.

Anonymous said...

Muy emocionante, corredor.

Chapu Apaolaza / Francisco Apaolaza said...

Gracias majos. Sois, como siempre, muy generosos

Anonymous said...

Que bueno, Chapu. Aunque con retraso, me encanta tu "Encierromaquia". Bravo!
Ya queda menos...!