Elcano
Betialai quiso ser Da Vinci, y quiere saber quién hubiese sido yo. Hay muchas personas que me hubiera gustado ser, todas existencias soñadas en noches en vela y en páginas releídas. Una de ellas es Juan Sebastián De Elcano, marino de Guetaria que tuvo el suficiente valor y fe para romper las barreras de lo conocido, ampliarnos los horizontes y saber que siempre hay una hay una aventura al salir del portal, que siempre se puede ir más allá de nuestros límites para derribar prejuicios.
Una tarde, en una taberna cerca de la Casa de Contratación de Sevilla, Elcano conoció una noticia de boca de sus paisanos vascos. Un tal Magallanes, portugués, iba a formar una expedición con 240 hombres y 5 naves para buscar una ruta más allá de lo conocido y encontrar un paso hacia las Molucas por el oeste, un paso a través del Nuevo Continente para llegar a la isla de las especias. Con la lógica del presupuesto menos segura que la muerte a bordo, no dudó en hacerse a la mar.
Le esperaba una travesía incierta, tanto que tuvo que hacerse cargo de la expedición a la muerte de Magallanes a manos de los indígenas. Tanto que tuvo que mediar en motines, luchar en los numerosos ataques, soportar el escorbuto y la falta de comida en desesperadas singladuras cuando, a la llegada hasta alguna isla salvadora, las fuerzas no le dejaban más que arrastrarse hasta cortar las drizas y embarrancar el casco de ‘La Victoria’ en una playa.
Quién le iba a decir, que él y los otros 17 moribundos héroes con los que desembarcó en Sanlúcar en 1522 después de 14.000 leguas de luchas serían recordados por la historia como los primeros que dieron la vuelta al mundo, que descubrieron un océano, que demostraron que la tierra era redonda. Quién le iba a decir, andrajoso y agotado, que 515 años después, yo quisiera ser haber sido él y zarpar mañana mismo de Sevilla con aquél grito de “¡larguen en nombre de Dios!”.
Una tarde, en una taberna cerca de la Casa de Contratación de Sevilla, Elcano conoció una noticia de boca de sus paisanos vascos. Un tal Magallanes, portugués, iba a formar una expedición con 240 hombres y 5 naves para buscar una ruta más allá de lo conocido y encontrar un paso hacia las Molucas por el oeste, un paso a través del Nuevo Continente para llegar a la isla de las especias. Con la lógica del presupuesto menos segura que la muerte a bordo, no dudó en hacerse a la mar.
Le esperaba una travesía incierta, tanto que tuvo que hacerse cargo de la expedición a la muerte de Magallanes a manos de los indígenas. Tanto que tuvo que mediar en motines, luchar en los numerosos ataques, soportar el escorbuto y la falta de comida en desesperadas singladuras cuando, a la llegada hasta alguna isla salvadora, las fuerzas no le dejaban más que arrastrarse hasta cortar las drizas y embarrancar el casco de ‘La Victoria’ en una playa.
Quién le iba a decir, que él y los otros 17 moribundos héroes con los que desembarcó en Sanlúcar en 1522 después de 14.000 leguas de luchas serían recordados por la historia como los primeros que dieron la vuelta al mundo, que descubrieron un océano, que demostraron que la tierra era redonda. Quién le iba a decir, andrajoso y agotado, que 515 años después, yo quisiera ser haber sido él y zarpar mañana mismo de Sevilla con aquél grito de “¡larguen en nombre de Dios!”.
3 comments:
No podías ser otro, corresponsal.
Buena elección, ¡vive el cielo!. Como compañero de viaje ibas a ser impagable. Ya tenemos en la Nao Capitana, además de Leonardo, a un avezado marino, a Erasmo de Róterdam (Pedro Jiménez Guijarro) y a un gitano con patillas de hacha que, a falta de facultades para atorear, se lanzó a la serranía de Ronda y ahora está dispuesto a exhibir su cante y su baile por el mundo (Isra). Incluso se nos ha enrolado un espontáneo (Alberto) con la izquierda de El Viti,la clase de Antonio Ordóñez, el valor de Tomás y la casta de un saltillo. Ahora, falta ver por dónde salen las chicas, que se hacen las remolonas, aunque no me cabe duda que nos van a sorprender. Claro, que lo mismo andan un poco descolacas al saber que, de principio, no se pueden decantar por la Pataki. Por cierto, nuestra paisana Natalia Zabala tampoco está nada mal. Un abrazo.
Mucho mejor que la Pataki, Betialai. Menuda cuadrilla!
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