Monday, March 12, 2007

Aterrados, pero ¿sorprendidos?


Paquito Miranda, por aquel entonces proyecto de farmacéutico en un piso de alquiler de Pamplona, había recogido el cuarto ante la llegada de una visita comprometida y guardó todo lo indecoroso, que era mucho, en el altillo del armario. A los tres días y después de una gran fiesta, con el cuerpo del revés, abrió el cubículo sin acordarse de la limpieza anterior y recibió en la cabeza un torrente de ropa, raquetas de tenis, juguetes, apuntes y cajas. En medio de aquel desastre, acertó una de sus frases más sabias: "Hermano, nos enfrentamos a nuestra propia idiosincrasia y nos damos cuenta de que no somos nada".
A los habitantes de la Bahía de Cádiz les está ocurriendo lo mismo. Enfrentados al cierre de Delphi, no son nada, o casi nada. El carpetazo de la factoría de Puerto Real ha terminado de un plumazo con 1.600 empleos directos y otros tantos indirectos, y una provincia entera se ha quedado con un palmo de narices ante lo que se presiente como una tragedia social más de las que ha vivido la región.
Caminando por las calles del paro, hinchadas las venas de la rabia, con la resaca amarga de proyectos familiares que terminaron para siempre y el atragantón de las hipotecas, 50.000 almas han salido a la calle. "Delphi no se cierra", dicen con el mismo estupor y el mismo frío interior de Paco, rodeado de sus propias miserias tiradas por el suelo.
Y los lemas y los discursos de los políticos suenan a broma y no son nada frente a su propia idiosincrasia. Son proclamas de dignidad frente a lo que somos: occidentales, capitalistas y salvajes, pese a que a ninguno de los curritos de Delphi le hayan preguntado nunca qué opinaba sobre la deslocalización de las empresas y la globalización.
Ahí, y no en los sueños rotos de los niños que no podrán seguir apuntándose a la piscina, es donde está la clave de las decisiones del comercio exterior.
El sistema en el que vivimos implica básicamente dos cosas que son una: lo que no conviene, se cierra. Además se lleva a otro sitio más barato y los poderes e producción de Delphi ya viajan camino de Polonia.
Qué le va a contar, señora, del viaje soñado con su Pepe al miserable de Félix Rohatyn –banquero sinarquista dispuesto a dar el cerrojazo de la industria automotriz de Estados Unidos– para el que Cádiz no es más que una casilla roja en un archivo de Excel y la historia vital de su familia, labrada a golpe de madrugones, un coste en finiquitos o prejubilaciones. Es decir, nada.
Que por mucho que ahora nos echemos las manos a la cabeza, el sistema globalizador que vivimos a golpe de tarjeta de crédito tiene estas cositas: cuando la cosa se pone fea, todos salen por pies. Porque Pepe, Juan y Antonio, con sus sueldos, seguridades sociales, cuestan a los señores accionistas 20 euros a la hora pese a que sean los mejores del mundo haciendo rodamientos.
Andrzej, Marcin, Tomasz y sus compañeros lo hacen por seis, en condiciones terribles, pero por seis, una ganga si se suma a los millones de euros que recibirán en la nueva Europa del todo a cien como ayuda a la inversión, la fiscalidad, etc.
No sean ingenuos. No se lleva. Un documento interno de la empresa indica que reconoce que el impacto va a ser grande, pero que hay que negociar para que los costes sean lo menores posibles.
Y se negociará con la Junta y unos políticos unidos en una trinchera que durará lo que tarde en llegar la gresca de las municipales. Eso sí, las negociaciones no son ningún oasis: Delphi se va como llegó, de la anita de la deslocalización que la trajo, se supone, porque la mano de obra era más barata en Cádiz que en Michigan. Las medidas de atracción de la inversión en un mundo globalizado –trueques geográficos que danza sin red en las alturas de la macroeconomía– tienen estas cosas: en Polonia estarán encantados con la noticia de la llegada, hasta que sea noticia de partida y se mejore la seguridad de los regímenes políticos y fiscales en Corea o en Sierra Leona.
Entonces Andrzej, Marcin, Tomasz se quedarán con el mismo palmo de narices que tenemos Pepe, Juan y Antonio, aterrados y sorprendidos, nadas absolutas frente a su/nuestra propia idiosincrasia.
+ Artículo publicado el 9/3/2007 en el periódico El Duende, de Tarifa. Fotografía de Francis Jiménez

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