Friday, September 08, 2006

Rafael de Paula: «Mis despertares son amargos»

El periodismo, a veces, muy de vez en cuando, te da este tipo de regalos...

Francisco Apaolaza / JEREZ
El gigante del capote se sienta con la misma torería con que remata las medias verónicas. Las que echaron abajo las plazas de toros de medio mundo. Pausado, enigmático, rebelde contra los años y las rodillas, su mirada tiene trapío y hondura. Risueña a ratos, desesperada unas veces, sosegada otras, siempre directa, mezcla la ilusión del chaval que fue en la calle Cantarería de Jerez y la angustia del crío grande que se resiste a una sórdida evidencia: probablemente, nunca más se vista de luces. En sus respuestas pausadas se retrata una mente que dice lo que piensa y, además, piensa lo que dice. Flanqueado por su hijo Jesús, escucha, mira, se seca la frente, da una calada seca a su cigarro light, echa el humo, piensa, espera y dice su sentencia despacito. En sus palabras, como en su toreo, hay alma con posos de desesperanza, un resto telúrico que desvela su batalla con las entrañas durante una vida llena de luces cegadoras y tenebrosas sombras. Por ellas se adivina ese rincón de la mente donde los logros nunca fueron suficientes y los errores martillean con su rabioso por qué lo hice. Al margen de sus propios infiernos, tal día como hoy, en 1960, Rafael de Paula entraba en la gloria de los toreros por el camino de la goyesca de Ronda. Cerca de él, los que entonces no eran ni un proyecto y crecieron siendo partidarios suyos se sienten, como dijo aquella, «un poquito más cerca de Dios». Nervios. Vacila la primera pregunta. Él mira a los ojos: «Habla».


–Hace 46 años usted era el primero que tomaba la alternativa en la goyesca de Ronda. ¿Cómo recuerda ese día?

–Lo recuerdo con emoción y nostalgia. Yo hubiera querido que se hubiese detenido el tiempo, y eso es imposible. Un día inolvidable. Han pasado ya... Cómo pasa la vida...
–Usted tenía ya su cartel...
–Tenía cartel suficiente. Había toreado tres años de novillero. Inmediatamente Ordóñez me llevó a Lima, a Ecuador, a Medellín, y allí, como consecuencia de una historia que pasó con El Coli...
–¿Ahí llegó la polémica con Antonio Ordóñez?
–Se toreaban seis toros para seis. El que me tocó a mí en el sorteo era de Garcigrande, un toro bien hecho del que se había encaprichado Ordóñez. Pidió a través de su cuadrilla ese toro y el Coli, que venía conmigo, dijo que no. Llegó a mi habitación y me lo contó. Yo lo aprobé. Podía haberle llamado y haberle dicho «Oye, mira, que no pasa nada». Pero no.
–Él le vetó.
–Él tenía poder e influencia y mandaba en el toreo. Hizo todo lo posible para que mi carrera... Para vetarme en los carteles. Y tuve que conformarme con ser un torero provincial.
–¿Cómo terminó el veto?
–Qué largo es esto... Vino el servicio militar y no me dejaron torear. Reaparecí aquí en junio del 64 y maté en Jerez seis toros de Guardiola, en una corrida que se convirtió más tarde en la tradicional corrida del arte entre junio y julio. En Jerez se daba la Feria del Caballo, y la Feria de la Vendimia en septiembre. No había toros en otras fechas, porque en verano la plaza tradicional era la de El Puerto. Poco después de matar yo los seis toros, se organizó la corrida del arte a la que vinieron Bienvenida y Curro.
–Y arrancó a torear.
–En una corrida de Juan Pedro con Miguelín, Ordóñez no quería que yo toreara. La empresa de El Puerto le dijo: «Tú haz lo que quieras, pero Rafael de Paula torea, porque es el que trae a la gente». Y así fui saliendo...
–¿El triunfo total llegó en la confirmación en Las Ventas?
–Me ofrecían ir a confirmar a Madrid, pero fuera de San isidro en las corridas llamadas duras. Y yo sigo pensando que ir a los leones premeditadamente... pues no. Por eso tardé 14 años en confirmar la alternativa... Fue en el 74 con una de Osborne, con Galloso y el pobre Julio Robles. Sin cortar orejas, trascendió mucho al tener la oportunidad de hacerle un quite a un toro de Robles. Pepe Alameda lo denominó: «Un quite que le da la vuelta al mundo». Navalón... todos se volcaron. En ese momento cogí ya contratos a nivel nacional, en todas las plazas y por si fuera poco, en ese mismo año, el 7 de octubre cuajé el toro de Vistalegre en la despedida de Antonio Bienvenida. A raíz de ese toro me hice el dueño del toreo. Y lo digo sin jactancia.
–Antonio Bienvenida, Ordóñez... ¿cómo eran el toreo y los toreros de entonces? ¿Gente distinta?
–Ni mejor ni peor. Los toreros somos y hemos sido según las generaciones. Éramos diferentes. El aroma que desprendían esos toreros... Olían a torero y eso no lo percibo yo ahora. Rebosaban torería sin pretenderlo. No nos comportábamos de una manera fingida. Éramos, sencillamente, lo que éramos.
¿Cuál es la tarde o el momento en que más feliz ha sido?
–Es difícil...
–¿Se puede ser feliz toreando?
–Se puede llegar a ser feliz en el momento de la ejecución. Toreando. Después ya... Una vez de vuelta al hotel, quitándome el vestido de torear, se viene a la cabeza: «lo pude haber hecho mejor» o «me quedaron cosas por hacer». Eso me pasó siempre, por muy bien que hubiese estado para la gente. Esa felicidad, nada más quitarte el vestido de torear... Se va. No creo que haya existido torero que haya hecho todo lo que él quería. Y me refiero a toros que han colaborado. Porque hay toros que me han ganado la pelea.
–¿Cuál ha sido el mejor Paula?
–Si empiezo a enumerar toros... He cuajado un toro en Sevilla de Bohórquez a raíz del de Benavides de Madrid, y ese toro me dejó... Lo recuerdo. Otro que toreé aquí de Buendía en un mano a mano con Marismeño, el toro de Marqués de Domecq en Jerez. Dos toros en Málaga: uno de Urquijo en el año 77... Me cuentan que estaba allí Pepe Luis Vázquez. A la salida, atardeciendo, con los vencejos volando por encima de la plaza, atravesó el ruedo con dos amigos. Se paró en los medios, restregó sus zapatos en el albero y dijo: «Cuánto daría yo por haberme encontrado esta tarde en el cuerpo de Rafael y haber toreado ese toro como lo ha toreado Rafael». Y me cuentan que se le caían las lágrimas. Es un recuerdo emocionante. También está el toro de Benavides, ese otro de Vistalegre de Bohórquez... Estoy hablando con usted y estoy retrocediendo en el tiempo. Ahora, como yo toreé un novillo de Villamarta en Sevilla en un mano a mano con Curro Puya, yo creo que no he vuelto a torear nunca.
–¿Se puede traducir al lenguaje de las palabras lo que se siente cuando se cuaja un toro?
–(Da una calada y echa el humo, espera). Eso es... Sencillamente torear. Es saber que lo que se hace es torear. Embargado, por supuesto, de una emoción, de una conmoción que siente el artista torero. Porque yo prefiero artista torero a eso de torero artista. Estás poseído y notando que esa emoción está transferida al público. Están contagiados de lo que sientes. Todo arte es el pensamiento en conmoción, como decía Unamuno. Y se siente uno así. Hay que torear con el alma y a los seis muletazos tiene que estar todo boca abajo. Eso es capaz de hacerlo el que tiene eso. ¿Qué es eso? Pues eso es ESO. Y no me pregunte qué es lo que es.
–No es alegría, claro.
–No, desde luego. Para mí es trágico. Yo soy trágico. Cuando mejor he toreado es cuando parece que se me va a salir el corazón por la boca. Cuando toreo con fatiga. Le llamo la fatiguita de la muerte. Cuando me he sentido torear bien es cuando estoy embargado de ese cansancio, ese agotamiento. ¡O sea, que yo no tengo nada de alegría, eh!
–Es más duro...
–Yo no estoy para tocar las castañuelas, no, no.
–¿En ese momento no hay miedo, no?
–No señor.
–Pero antes...
–Antes, todo el del mundo. Un miedo... (se ríe) ¡Un miedo muy raro!
–Esplá dice que hay tres tipos de miedo: el racional a la bestia, el irracional, que es el que se crea cada uno, por ejemplo, a fracasar; y el miedo a tener miedo, que es el que te quita de esto. ¿Está de acuerdo?
–Exactamente. Yo me quedo con el tercero. El miedo a no vencer el miedo. Todos los anteriores, como dice Esplá, se pueden explicar. El que no se explica es el miedo a no vencer tu propio miedo. Ése es el valor del torero.
–Las broncas duelen tela, imagino. ¿Qué es lo que más duele?
–Tu impotencia ante un toro complicado, el estar a merced de los toros. Quedarte solo y saber mejor que nadie que has estado desbordado, que no has sido capaz de resolver las dificultades. Eso es lo que más duele. Sin importarte la gente. Cuando te retiras al burladero sabiendo que no has sido capaz de estar.
–Malditas rodillas...
–Desgraciadamente, mi talón de Aquiles ha sido ese: ser un torero condicionado totalmente por mis piernas, mi condición física. Otros tienen otras cosas; la mía es esa. Dudo que cualquier otro, en mis condiciones, se hubiese puesto delante del toro. No lo digo para inspirar pena. Otro me dirá: «si no estás en condiciones de vestirte de torero, haberte metido a zapatero, carpintero o betunero». Yo me vestía de torero y era la momia de Tutankamon, llena de vendas, rodilleras, infiltraciones... Hacía lo posible porque no me lo notaran.
–Pero usted sabe lo que ha sido en el toreo...
–Yo... Lo sé. Partiendo de la base de que tengo conciencia de lo que es ser torero y conseguir ser un buen torero y un torero importante, y tengo una conciencia alta de eso, sé que no lo he sido.
–¿No ha sido un torero importante?
–No. No he sido un torero importante. Podría haberlo sido. Muy importante, pero por culpa de las dichosas piernas no lo he podido conseguir. Esa es mi tristeza y lo que me llevaré a la tumba. No haber conseguido ser ese torero que se hubiese quedado para la historia. Porque me han sobrado condiciones.
–Mal no lo ha hecho...
–(Muy serio) Esa es la pura verdad. No haber sido.... Me tiene en un sinvivir. Ése es mi tormento y está conmigo constantemente. Los médicos me han destrozado y he quedado incapacitado para ejercer la profesión. ¿Le parece poco? Me he vestido sin poder, incapaz...
–Fue muy negra esa despedida en Jerez en 2000...
–Despedida... Ojo: digamos que es la última corrida que he toreado. Y fue muy duro. Lo más negro que he tenido yo en los toros.
–Son importantes las rodillas, pero también las muñecas. ¿Esas sí que las ha tenido, verdad?
–El toreo está en los brazos y en las muñecas, aunque son necesarias las piernas. Eso es lo que me ha valido. Pero cuando ha salido el animal de «Huye que te alcanza»... Se pierden los papeles.
–¿Heredó las muñecas de su padre?
–Si yo tengo algo de arte, lo he sacado de él, que no era torero, sino un cochero muy bueno. Con muy buenas muñecas y mucha personalidad. Tenía un buen pescante.
En el Barrio de Santiago
–¿Cómo recuerda el Jerez de su niñez?
–La niñez es siempre muy bonita. (sonríe). La ciudad ha cambiado mucho. Nací en la calle Cantarería, donde casi todos eran gitanos y también vivían muchos gachós, pero no se diferenciaban unos de otros y nos llevábamos estupendamente, como una familia grande. Mis amigos, El Nahugo, El Remache, el nieto del maestro Barbero... Allí en esa barbería se juntaban todos los gitanos y se calentaban en el brasero.
–¿A qué jugaba de pequeño?
–A la villarda, al trompo, el cardo, con garbanzos, a los bolindres...
–Jesús: ¿Y tú eras bueno a los bolindres, papá?
–Hombre, yo no era malo (Se ríen los dos). Mi familia siempre trabajó, aunque yo recuerdo haber pasado hambre. El pan de maíz, las algarrobas...Muchas fatiguitas. Mi hermana Inés, la segunda de la casa, era la que tenía que ir a pedir fiado a los almacenes. Ya la conocían.
–Le gustaba la bicicleta y trabajó de mecánico...
–¡Yo de mecánico! (Se ríe). Salí de Jerez con mi padre que se colocó en una finca del Marqués de Viana, en Córdoba, que se llamaba Moratalla, donde estaba la yeguada militar. Allí estuvimos siete años. Vivía en una casa frente a la estación de Hornachuelos. Me llamaban la atención los maquinistas. Pasaban el rápido y el expreso. Yo me agarraba al cordel del tendedero de la ropa y me llevaba horas y horas tirando haciendo sonar el pito, de maquinista. Al volver a Jerez, me puse a trabajar en el taller mecánico del Chico, de la calle de la comisaría antigua. Me ponía a limpiar los motores con la brocha y la lata de gasoil. ¡No aprendí a poner ni un tornillo! Y sí que me llamaban la atención los ciclistas esos, tan agachaos... Le compré una bicicleta a un tal Donaire, que era cuñado de Pacheco, el que fue alcalde, y tenía varios kioscos con caramelos y carmelas. Todas las pesetas que cogía me las dejaba en carmelas allí; esas carmelas que me sabían a gloria a mí... Me gustaba eso de ir agachao en la bicicleta (ríe). Me pidió por ella 600 pesetas y yo le daba lo que podía cada semana. Le pude dar hasta 300. Cuando hice mi primer tentadero en lo de Bohórquez, ya no me entraba ni una pesetita. Pues ese me quitó la bicicleta y además se quedó las 300 pesetas.
–Ahí terminó su carrera ciclista y comenzó la taurina.
–Así es. El nieto del barbero, El Remache y yo toreábamos de salón y un día decidimos ir al campo a buscar vacas con un pedazo de tela como de seda rosa y amarilla que imitaba a un capote. Pero no había nada: solamente toros y novillos. Y nos tuvimos que volver. Luego yo en la azotea de mi casa ponía una silla con El Ruedo e imitaba las posturas de las fotos de los toreros de entonces. Con quince añitos, allí imitándolos...
–Pero nadie sabía de su afición.
–Los aficionados se reunían en La Moderna, pero yo era muy corto y me daba vergüenza verles. Pasaba por delante de la puerta así con la cabeza gacha y mirando de reojo y me decía: «Anda, ese es El Cemento»... Luego vino lo demás. Me llevaba mi suegro a los tentaderos.
–Del mundo actual ¿qué borraría?
–Borraría de un plumazo a los malos aficionados (carcajadas). Y no hay cosa más odiosa que oír a un torero decir que van a la plaza a divertir al público, y eso lo oigo yo a los toreros. Para divertirse, se lleva a los críos al circo. No se va uno a divertir a los toros.
–¿Qué borraría de su vida?
–Muchas cosas también. Cosas que me quedo para mí.
–Dijo alguien que a la gloria se llega por el camino de los infiernos. En la gloria ha estado ¿pero en los infiernos también, no?
–Sí, sí. Ha habido de todo allí. Es jodido. Muy jodido. (Pausa) Sí.
–¿Cómo se levanta Rafael de Paula por las mañanas?
–La vida es una selva, amigo. Me satisfacen las pequeñas cosas anónimas. Yo me resistía a que me hicieran el festival de Madrid. Porque quería ganarme el pan con el sudor de mi frente, de la manera que yo sé, toreando. Y acudió gente de todas partes. Eso me tiene que llenar. Me tengo que rendir ante la evidencia y aceptar el cariño de la gente. Conste que yo no soy orgulloso. Fue muy emotivo pero me hubiese gustado para mi tranquilidad haber hecho en el toreo todo lo que hubiera podido hacer. Tengo estas pequeñas cosas que me compensan. Los despertares míos son amargos. Pero estaré aquí mientras Dios quiera.
–Y nosotros lo disfrutaremos.
–Que así sea.

«Mi hijo Jesús se ha metido dentro de mí para escribir»
Jesús Soto de Paula es el hijo de Rafael de Paula, además de maître y colaborador de LA VOZ. Recientemente, ha publicado: De negro y azabache. Rafael de Paula, en el que, además de otros pilares del toreo como Antoñete, Curro Romero, o Pepe Luis Vázquez, abarca y plasma la caleidoscópica personalidad torera del que lo vio nacer.
–Jesús se ha ido al pitón contrario con De negro y azabache ¿Le ha gustado?
–Me siento muy orgulloso, contento de esta afición literaria que tiene Jesús. Ojalá siguiera en ese camino. Yo siempre me he llevado muy bien con los intelectuales. Me gusta tener amistad con ellos porque siempre se aprende a su vera.
–¿Se reconoce en lo que escribe?
–Sí, porque se ha metido dentro de mí. Lo que más me satisface es que tenga ese concepto del bien torear y esa sensibilidad.
–Viene a decir que usted ha sido un torero oscuro, velado, desgarrado, misterioso, telúrico ¿Es así?
–Ahí sí que me reconozco. Aunque habla de otros toreros: de Curro, de Antoñete... Eso me gusta, que vea a través de todos ellos lo que es el toreo con soplo. Eso es toreo con misterio, rozando la tragedia, que es como yo me siento.
–¿Está cerca de la tragedia como concepto?
–Plagiando a Juan Belmonte, «se torea como se es».
–Valle Inclán le dijo a Belmonte: «Sólo te falta morir en la plaza» ¿Qué le falta a usted?
–Jesús: ¡Matar a los toros!
–Hombre, eso es una herida muy grande. He sido un matador pésimo, pero mucha culpa la han tenido las rodillas. Pero me consta que a Juan Belmonte le gustaba yo, y eso es una de las grandes satisfacciones.

SUS SENTENCIAS:
«Cuando mejor toreo es cuando tengo fatiga, cuando se me va a salir el corazón por la boca»
«Borraría de un plumazo a los toreros que van a la plaza a divertir; a divertirse se
va al circo»
«Nosotros desprendíamos olor a torero; ahora no se huele nada»
«Sé lo que es ser un torero importante y yo no lo he sido. Eso me atormenta»
«Prefiero decir artista torero que eso de torero artista»

VERSOS INÉDITOS
Vestido de corinto con lágrimas bordadas de azabache,
entre ángeles y demonios sedientos de sed,
brotan cataratas de aguas celestiales
cuando torea y no mata el gitano de Jerez.

Flor silvestre sámara es tu capote
que abanica un aire que se hace azote.
Cruzas afligido el umbral de un destino,
de flores que nacieron y morirán contigo.

Cuando arrojaste herío al albero tu añadido
no sólo vi caer tu toreo sentío...
me vi caer contigo.

Poema inédito de Jesús Soto de Paula añadido a la segunda edición del libro ‘DE NEGRO Y AZABACHE: RAFAEL DE PAULA’.


Entrevista publicada en LA VOZ DE CÁDIZ el 9 de agosto de 2006

4 comments:

Martín Ruiz Gárate said...

Tío, ya eres de primera división. ¡Chapeau, Chapu!

Anonymous said...

Para que no te digan nada en la redacción: cuelga los artículos al día siguiente de su publicación en papel.

sergi said...

De vuelta al ruedo, a los tres. me habeis alegrado el domingo

Anonymous said...

Zorionak, Chapu. De Puerta Grande.