Saturday, November 18, 2006

El toro del apocalipsis

Música| 'La Cabalgata de las valquirias', de Richard Wagner

Dicen que es lo último que se pierde, además de los 21 gramos que dejamos de pesar cuando morimos. Pero a la hora de retomar los rejones dichos y escritos en esta temporada, la esperanza de la fiesta de los toros está deshauciada. Públicos viejos ante un espectáculo de encefalograma plano desinfectado como la muleta de algunas figuras, novilleros con demasiada gomina, toros que huelen a williams, picadores automatizados, cronistas autocensurados con gemelo reluciente y cuenta naranja, animales sin fiereza, adocenados siervos de matadores calamitosos, bailarines de una danza vacía, un reglamento nacionalista que ampara la degradación de la épica disfrazada de modernidad y progresía sin sustos...
Se aburre uno en las plazas, en muchas. Es cierto. Y aguanta cada vez menos las discusiones de los neomodernos abanderados de la reforma taurina, ese invento azucarado y soso como un sobao pasiego sin café con leche.
Toda la temporada llevamos sufriendo una lidia partidaria de cariocas y mantazos, centrada en la muleta, una farsa torera que en la mayor parte de los casos aniquila el 50 % de todo este asunto, es decir, el derecho del toro a expresar si es un cobarde o un valiente.
La gente se divierte, me dicen. Y es cierto. Se divierten como el que va al circo a ver leones sin dientes, trapecistas con red, encantados con el pre y el post de un trámite estético que pasan como pueden, disimulando el hastío en la mayor parte de los casos, sacando pañuelos no sinceros, con sus tibios aplausos, justificando el sistema y los 100 euros de la barrera. Es decir, como pueden. Encima que van...
Hay mucho gurú del futuro, liderado espiritualmente por ganaderos que transforman la bravura en un jueguecillo de muñecos que se mueven y se mueven, como aquellos odiosos conejitos del anuncio de Duracell. ¿Quién es ese toro artista? «Artista es mi perro, que me abre la puerta si me dejo las llaves dentro», me dice Jaime.
Todo apunta a un medievo taurino, una época oscura en la que mandan feudos, mafias y terceras fases malayas. Esto, hasta que salga el toro y lo ponga todo del revés, hasta que venga de no sé donde a imponer su revolución taurina necesaria, a reclamar lo que es suyo, su terreno y la razón de ser de su fiesta. Y si tienen que volar capotes, que vuelen.
He visto algunas veces a ese toro revolucionario, casi apocalíptico. Cuando asoma los pitones por el chiquero, cuando se frena en el tercio, abre las manos saca pecho y mira al callejón, cuando se arranca de largo al caballo, se tambalea la pretendida reforma y se huele la esperanza, además de a canguelo.
Se diría que hasta suena de fondo la Cabalgata de las Valquirias del Wagner más sólido, con los helicópteros de Apocalypse Now asomando por encima de la colina. Y todos corriendo. Me encanta el olor del napalm por la mañana.

Artículo publicado en LA VOZ el 18/11/2006


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