Wednesday, August 16, 2006

Estúpido mar de verano

El mar del verano, como la canción, el disco, la bebida o la moda del verano, tiene algo de estúpido y soso. Es un mar de resaca de domingo, sin fútbol, sanfermín, ni esperanza. El gigante que ha aterrorizado a marineros de todas las civilizaciones, el monstruo de las mil caras que ha puesto a temblar las manos de hombres que en su vida tuvieron miedo a nada, pone en verano su cara más tonta. Caliente como una infusión, con bolsas vacías de las papas del Kid Betún, se deja, como dijo aquél, «meter mano por los niños con pala y pato gomoso» y señoras en edad de enviudar, en una escena pastoril con aroma de Nivea, de lo más refrescante para las colas de telediarios sin noticias.
Sentados en sus sillas ante él, hordas de humanos con tumbona hablan de su prima, su tía, su curro o la película de Johnny Depp. Incluso ha perdido este mar estival su capacidad de dejar callado a alguien, maravillado con sus temporales, sus mareas cargadas de torres «de blancura oscura coronadas» que vuelven en otoño «a pedir lo suyo por encima de la espuma y la razón», que escribió alguien a quien quise mucho.
Ni olas. Este mar estúpido del verano, perdido el norte, arroja a las playas sesenta millones de medusas, seis focas del ártico y cientos de inmigrantes apiñados en cayuco chárter, sin equipaje de mano. Los últimos viajeros del insólito mar del verano coinciden en que tienen un afán desmedido por llegar a la playa y en que están absolutamente perdidos.
Herman Melville, doctor honoris causa en aguas enfurecidas, leviatanes, ballenas blancas y latitudes desesperadas, narrador de ese mar de verdad, que nada sabía de loción solar ni de kite surf, hablaba en Moby Dick del mar como «sucedáneo del tiro de pistola». «Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un nuevo noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataúdes ... entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda». Quizás las medusas, las focas y los del cayuco lo hayan leído. Estúpido mar de verano.

FOTO: Obviamente, el propio Melville.

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